El Brasil de los contrastes
La euforia parece haberse desatado en Brasil y las infraestructuras se multiplican por todas partes cara a mostrarle al mundo que será la mejor sede del Campeonato Mundial de Fútbol y que en 2016 organizará los mejores Juegos Olímpicos nunca vistos hasta ahora. Hay que recordar que antes de Brasil, todos los países que organizaron eventos semejantes pretendían lo mismo y cubrieron todas las expectativas deslumbrándonos con su majestuosidad, llegando incluso algunos al despilfarro obsceno. Después, cuando los focos dejaron de centrarse en ellos, tuvieron que responder a preguntas cómo las siguientes: ¿Valió la pena?, ¿Cuánto fue lo gastado y cuánto lo ingresado? ¿Nos sirven todas las infraestructuras levantadas para seguir usándolas a un precio razonable? ¿hubiera sido mejor haber invertido esos recursos en otros servicios? Y así un largo etcétera.
Esto viene a cuento para hablar de Brasil, ese país
que afronta su destino como nueva potencia emergente y donde el patriotismo y
el orgullo nacional parecen una inversión consolidada en la Bolsa de Río de
Janeiro. Si uno se atiene a lo que lee, escucha o ve en los medios de
comunicación, hoy este país de Sudamérica ha conseguido que todos sus
habitantes vivan contentos, orgullosos y optimistas en su presente y ante su
futuro y además la marca Brasil se presenta como poderosa en el mundo: ahí
están sus empresas como Petrobrás o Vale para anunciarlo. Su mejor anunciante,
el expresidente Lula da Silva, así se lo transmite al mundo en sus múltiples
viajes a Foros Internacionales.
Sin embargo si uno escarba en las fuentes que hablan
de Brasil encuentra que la realidad es más compleja. Las grandes protestas de
2013 en más de 100 ciudades y que movilizaron a más de un millón de personas
así lo hicieron saber. Protestaban contra la carestía de un servicio público
como el transporte pero también contra las grandes cantidades de dinero
gastadas o por gastar en la Copa FIFA CONFEDERACIONES, la Copa Mundial de
Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016.
Debido a esto
se están desalojando favelas -barrios pobres- y se encarecen servicios
esenciales para la población. Junto a ello las políticas, muchas de ellas,
neoliberales emprendidas primero por Lula y ahora por Dilma si bien han
enriquecido aún más al clan de los ricos brasileiros y ha ensanchado la clase
media, distan mucho de dar respuesta a las necesidades de los sectores
populares de Brasil que constituyen la mayoría de la población. En las favelas
y en muchos estados sigue faltando empleo e infraestructuras como luz y agua,
la policía sigue actuando con impunidad ante las demandas sociales, el medio
ambiente-sobre todo amazónico- se sigue degradando, los terratenientes siguen
matando población aborigen como hace 200 años y la tierra está en pocas manos.
Por otra parte aún está muy lejos de lograrse una educación y una sanidad
universal y de calidad y la corrupción está presente en la vida del país como
se demostró el pasado noviembre con el encarcelamiento de parte de la cúpula
del Partido de los Trabajadores, partido que ejerce el gobierno.
Y así, en esta coyuntura los jóvenes de las favelas
buscan los centros comerciales de las grandes ciudades para sentirse que son
personas de ese Brasil orgulloso y optimista y que al pasar delante de las
lujosas cristaleras sueñan que algún día ellos también podrán comprar.
Desgraciadamente esto aún está distante y tal como dice hoy el periódico El País a los
ricos les molesta verlos por allí “seis centros comerciales del Estado de Sao
Paulo han conseguido el apoyo de la justicia para bloquear sus puertas
automáticas con el objetivo de que policías y vigilantes privados puedan
identificar a quien quieran”. Pero hasta ahora sólo han identificado a menores,
generalmente negros y pobres de las favelas.
Parece que debajo del Brasil que se exporta, que
aparece en los medios de comunicación hay otro Brasil que apenas parece
existir. La gran paradoja es que a este sector pertenecen la mayoría de los
deportistas que jugarán en la Copa Mundial y en los Juegos Olímpicos y a este
sector también pertenecen la mayoría de los que no podrán entrar en los
estadios por falta de recursos económicos.
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